jueves, 26 de abril de 2018

1.1. CONQUISTA Y EXPANSIÓN ISLÁMICA.


La invasión de Península por los musulmanes estuvo relacionada con la extensión de su poder por el norte de África, iniciada al ocupar Egipto entre 640 y 642. En los años siguientes, los árabe-musulmanes liquidaron la presencia bizantina en Libia y Túnez e impusieron su dominio a las tribus del Magreb.


La conquista árabe-musulmana de la Península Ibérica comenzó en el año 711. Dos fueron las razones principales de esta invasión:
El Estado visigodo padecía una profunda crisis por los continuos problemas sucesorios de la monarquía electiva. Las luchas entre nobles que aspiraban a la corona provocaron una fuerte inestabilidad política y debilitaron el poder militar.
El ímpetu expansivo del islam, que, en algo menos de un siglo (632-700), había conquistado un extenso territorio que comprendía desde el Magreb hasta el Imperio persa. 
La conquista puede dividirse en dos fases:
a) Primera fase (711-716). En abril de 711, un ejército de 12.000 bereberes, al mando de Tariq, lugarteniente del gobernador árabe Muza, cruzó el estrecho de Gibraltar. Dos meses después, habida cuenta de la debilidad del Estado visigodo, derrotó al rey visigodo Don Rodrigo a orillas del río Guadalete. En los años siguientes, hasta 716, árabes y bereberes se aseguraron el dominio del territorio peninsular a través de pactos de capitulación con los nobles visigodos. Muchos de estos aceptaron someterse a los invasores mediante la firma de pactos económicos que les garantizaban el mantenimiento de buena parte de sus propiedades, así como su estatus social y religioso.



b) Segunda fase (716-732). Desde 716 la conquista se hizo más dura y comportó la conquista de las tierras próximas a los Pirineos y la Septimania. En el año 732 los musulmanes fueron derrotados por Carlos Martel en Poitiers en su intento de expansión a costa del reino franco. Del mismo modo, la hostilidad de vascos, cántabros y astures, así como la accidentada orografía del terreno hizo desistir a los musulmanes de su conquista, perfilándose como frontera de sus dominios la cordillera Cantábrica y los Pirineos. Así el despoblado valle del Duero se convirtió en una “tierra de nadie”, que servía de frontera entre Al-Andalus y los pequeños reinos cristianos del norte peninsular.



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